Se tumbo sobre el verde bajo el
olivo, intentando ver los rayos del sol entre sus ramas, después lo intento
debajo de pino, minutos mas tarde debajo de los chopos, pero lo que observaba
desde las distintas posiciones en nada se parecía al reflejo que estaba buscando. Sin a penas darse cuenta,
según estaba tumbada se dejo llevar por un profundo sueño que le trasportaba al
eucalipto que le daba sombra en los veranos de su infancia.
Al salir de la casa lo primero que llamaba la
atención era el inmenso bosque de eucaliptos, todos ellos perfectamente
alineados con una distancia casi métrica que terminaban mas allá de donde la vista
alcanzaba.
El primero que comenzaba una de las muchas
hileras, quedaba cerca de la puerta de la casa. Debía tener muchos años aquel
eucalipto, se apreciaba por la dimensión de su tronco y la altura de su copa,
esta parecía querer tocar el cielo. Seguro que durante la noche alguna vez
llego a tocarlo, porque de día, bajo él, se respiraba toda la paz y
tranquilidad que los pequeños de aquella casa necesitaban para ser felices.
Llegando el verano llegaban las
vacaciones. Desde que terminaba la escuela pasaban muchas horas bajo la sombra
del eucalipto. Su madre les preparaba una mesa y unas sillas, y menos la hora
de la comida y la siesta, aquel era su lugar preferido cuando el sol caía verticalmente
con toda su fuerza en los largos días estivales, donde el silencio solo era
roto por el suave murmullo acompasado al merced el viento las numerosas hojas
de tantos eucaliptos juntos. O al escuchar el arrullo de la tórtola con su “
cu-cuu-cu” repetitivo, o el chirriante canto de la chicharra en las horas mas
calurosas del día.
Bajo el eucalipto idealizaban su
particular escuela olvidándose del estricto control de la maestra, esto les
ayudaba a realizar las tareas obligadas para cuando llegara la vuelta a la
actividad escolar.
Otras veces la mesa se convertía en un taller
de muñecas de trapo, con brazos y piernas más o menos acorde con la longitud del
cuerpo. Los vestidos cubrirían los pequeños defectos que pudieran surgir, el
problema estaba al dar personalidad a la cara. ¡Que difícil era crear una cara
bonita, que tan solo con unas puntadas pudieran dar vida a unos ojos nariz y
boca para dotarlos de la mayor expresividad posible y que al contarles un
cuento pareciera que lo escuchaban y entendían! O imaginar que atendían su
turno, al ponerlas a todas como clientas
del pequeño comercio que improvisaban en pocos minutos para venderles frutas y
hortalizas que pagarían con hojas del propio árbol convertidas por arte de
magia en pesetas de la época.
Algunas veces el cielo se cubría de
nubes blancas que parecían hechas con suave algodón, trasformándose en
distintas formas imaginarias que les haría volar sobre ellas a distintos
lugares también imaginarios, y recorrer ciudades como hacia la cigüeña cuando
se iba al final de cada verano para volver la siguiente primavera a preparar el
mismo nido en lo mas alto del pozo de la mina.
Muchas veces jugaban a pequeños
detectives, vigilando la huida sigilosa de aquella gallina que cansada de poner
siempre en el mismo gallinero se escondía entre los matorrales para dejar su
huevo lo más escondido posible y que no fuese facil de encontrar.
Felices días infantiles que transcurrían sin
prisa debajo de aquel eucalipto, en los que las vacaciones de la escuela era lo
más deseado por aquellos pequeños que recorrían a diario aquel gran bosque de
eucaliptos para aprender en la escuela sus estudios básicos.