Sus madres lavaban en
el lavadero del pueblo mientras las niñas jugaban sin alejarse mucho de su
lado. Las pequeñas se lo pasaban en grande con el agua y sus juegos, y hacían
del día de colada su día de fiesta correteando entre barreños de ropa y las
faldas de mamás.
Aquel día había venido
una niña desconocida que llamaba la atención entre todas las demás por su pelo
rubio lleno de rizos. Traía en sus manos un pequeño cuento que era una novedad
para todas. Era la primera vez que veían un cuento así. “El oso y la miel”
Además de llevar dibujado un oso que ocupaba toda la portada, llevaba incluida
una pequeña tinajita de barro. Era tan natural como diminuta aquella vasija, que
las niñas la miraban con la emoción que les daba haber descubierto algo tan
novedoso a su corta edad. Se podía desprender de la portada, poner en ella agua
y algo de tierra para imaginar que cocinaban una excelente comida.
Rápidamente se hicieron
amigas de la niña de rizos dorados, y aunque no muy convencida, compartió con
ellas aquel pequeño tesoro que cuidaba con tanto recelo.
Así fue transcurriendo
el día entre risas y juegos hasta que ocurrió lo inevitable. La olla pasaba de
mano en mano y sin saber como, el cacharro cayó al suelo haciéndose pedazos, para
desconsuelo de todas y el llanto
inconsolable de la pobre niña que no paraba de llorar mientras recogía los
trozos de barro rotos.
Rafaela.