Por el camino el agua hacia grandes
regueros deslizándose monte abajo con la alegría de sentirse liberada de la nube
que la tuvo agarrada hasta aquel momento.
¿Por
qué no podría venir su padre a comer a casa ese día? Se preguntaba mientras salteaba
los charcos seguida de su perrita Muñeca que la imitaba en todo lo que hacia. Aunque las botas de agua y el largo capote le resguardarían
de pillar una pulmonía, no era un buen día para comer en el campo. No paraba de
llover y a nadie se encontraría en el camino, solo la compañía de su perrita la
hacia sentirse fuerte. Otras veces sentía miedo, cuando a través de la intensa
lluvia, confundía las zarzas del camino y alguna que otra encina con fantasmas
que la observaban esperando el momento de poder atraparla y cortarle el paso de
un zarpazo, pero mas bien era ella la que podía asustar a quien se cruzara en
su camino, parecía un pequeño zombi tambaleándose entre aquel barrizal.
A ambos lados del sendero se veía pasto seco
o barbecho, era señal inequívoca de que comenzaba el otoño.
Al
pasar junto a la era, todavía quedaban algunas señales de la actividad del
pasado verano, el viejo carro, la maquina de ablentar, el trillo, todo era
quietud y silencio, esperando ser
guardado hasta la próxima temporada. Una pareja de mulos se resguardaba junto
al almiar de paja formado con los restos de la ya, recolectada cosecha, era la única señal
de vida que se encontró en el recorrido. Este lo había hecho en otras muchas
ocasiones con días de sol, parándose a recoger florerillas silvestres, observando el vuelo
del águila o cogiendo moras de las zarzas y engarzándolas en un junco para
lucirlo como collar, pero nunca lo había hecho sola, siempre tenía a su lado la
inseparable compañía de su hermana. ¿Qué le pasaría aquel día que no podía
acompañarla? Sin ella, le parecía todo tan triste.
El agua caía fuerte,
formando una gran cortina que le impedía ver con claridad a lo lejos, tan solo
podía divisar algo, unos cuantos pasos por delante de ella.
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Imagen de Ketari |
Siguió caminando, intentando no perder la
vereda, y pronto se encontró bajando una pequeña pendiente y al final de esta,
varias encinas y debajo de ellas muchas ovejas todas muy unidas y arremolinadas
sin levantar las cabezas rumiando lo comido. Al mismo tiempo oyó el ladrido de
los Mastines alertados por aquel pequeño bulto que se movía con dificultad
dirigiéndose hacia ellos. En ese instante sintió latir su corazón mas deprisa,
y notó que todo a su alrededor se había iluminado ante sus ojos aunque no hubiera parado de llover, se sentía a salvo, ya no le importaba el diluvio que estaba
cayendo, siguió con paso ligero hasta encontrarse con una pequeña hoguera que
chisporroteaba dentro de la choza imprivisada con algunas ramas entre los matojos y
cubierta por un gran capote de pastor. Allí dentro se estaba bien, la pequeña
sentía toda la protección que necesitaba. Fuera seguía el chapoteo del agua que
resbalaba hacia ambos lados del pequeño refugio. Las judías del pucherillo le
sabían a gloria junto al calor de su perrita Muñeca y el cariño de su
padre.
Rafaela