Cuando tuve por primera vez unas botas katiuskas ya hacía más cien años que existían. Era algo tan nuevo para mi, tan maravilloso y mágico, que no cabía en mí de gozo y alegría la primera vez que me las puse.
Eran de goma. Tan negras y relucientes que parecían de charol. Estaban forradas por dentro, con lo cual los pies se mantenían calientes todo el día . Y lo más impresionante. No me mojaba los pies al cruzar el arroyo o chapotear en los charcos, y aunque se mancharan de barro era fácil limpiarlas solo con agua. Que bonitas me parecían mis botas katiuskas! Toda una maravilla aquel descubrimiento, que cuando lo conocí ya habían pasado los primeros diez años de mi vida.
Hasta entonces siempre llegábamos a la escuela con los pies mojados, por mucho que mi padre se esmeraba como podía en hacernos botas o zapatos.
Aquellas botas también tenían algún inconveniente, recuerdo que cuando la caminata era larga y en días de sol se calentaban los pies y corrías a despojarte de las bonitas botas, que tampoco eran fáciles de quitar. Eran ajustadas al tobillo y anchas en la caña, por lo tanto quedaban muy anchas para mis flacuchas piernas, y además necesitaban de un gran esfuerzo para quitarlas.
Aquella tarde los hermanos volvimos de la escuela contentos y a toda prisa. Al día siguiente se hacía la matanza y la noche de antes ya empezaba la fiesta. Eran días muy esperados sobre todo por los niños que jugábamos todo el rato entre tanto trajín de mayores sin ver peligro en ningún sitio.
El día de antes se cocían las patatas, las cebollas, la calabaza, se pelaban los ajos, y se preparaba todo lo necesario para hacer las distintas morcillas y embutidos. Todo esto en grandes cantidades y enormes calderos puestos en los fuegos de las dos cocinas que tenía la casa.
Los niños correteabamos de una cocina a otra sin parar. Seguro que esa noche donde mejor estábamos era cerca de aquella lumbre asando bellotas.
En una de mis salidas y al entrar a la otra cocina, algúno de los mayores salía con una pala llena de ascuas ( seria para algún brasero) y tuve la mala suerte de tropezar con él, y mi bonita bota del pie izquierdo se llenó de aquel carbón rojo y chispeante que abrasaba. Y aunque en aquellos años yo era una niña debilucha y con la voz muy tímida, mis gritos se debieron de oír en los cortijos más lejanos y nadie se daba cuenta el porqué de tanto grito, hasta que consiguieron quitarme la bota y el tizon que había pegado el calcetín de nylon a la piel y había hecho una gran quemadura en el empeine.
Ya no pude ponerme más aquellas katiuskas que tanto me gustaban. Creo que pasó mucho tiempo hasta que curó la herida.
Los días de la matanza los debí de pasar muy mal, y también la Nochebuena de aquel año.. Seguro que ese malestar pasado, hace que recuerde aquella noche previa a la matanza aunque hayan transcurrido ya tantos años.
Rafaela.
¡Qué recuerdos viene de vez en cuando! ¿verdad? Yo no recuerdo las botas de goma, pero si os zapatoa gorila para ir al colegio. Te regalaban una pelotita de goma al comprarlos y todos los niños estábamos deseando tenerlos.
ResponderEliminarUn beso, Rafaela.
Recuerdo cuando estrené mis botas katiuskas para ir al cole y que orgullosa y feliz iba con ellas pues podía meterme en todos los charcos sin peligro de mojarme los pies pero lo mío no terminó en drama cómo te ocurrió a tí.Mi drama infantil ocurrió cuando un verano me clavé un palo en la cara cerca de la boca y me hice una herida muy fea que encima se infectó ya que el médico del pueblo tardó varios días en "coserla" , grave error que no se debe de hacer después de 8 horas de hacerse una herida, estube todo el verano para que se curara la herida y todavía conservo la cicatriz.Besicos
ResponderEliminar¡¡Hola Rafi!! Lo que es el paso del tiempo, un día que tuvo que ser doloroso para tu pie, se ha convertido en una mezcla entre bonitos recuerdos que casi han mitigado el dolor que pasaste esos días dada la quemadura de tu pie. Algo que tanto te gustaba, como las botas y que de pronto tuviste que dejar de usarlas. Un bonito recuerdo de días pasados, pesan más afortunadamente aquellos buenos momentos que los malos ratos. Besitos.
ResponderEliminarLos recuerdos aunque a veces traigan momentos menos alegres siempre son felices y las guardas en tu memoria. Un abrazo
ResponderEliminarHay recuerdos que no se olvidan, sobre todo si son por una situación como la que pasaste. También recuerdo aquellas matanzas y aquella maquina con la manivela haciendo las longanizas y el salchichón.
ResponderEliminarAbrazo.
Esta forma de contar las cosas, con la frescura y naturalidad encontradas en mis primeras lecturas aquí, es una de las cosas que más me gustan de su blog. Me alegra mucho verla volver por sus fueros. Un abrazo.
ResponderEliminarHola Rafaela, recuerdo esas botas y lo contentas que íbamos cuando llovía y nos las poníamos he íbamos pisando los charcos aposta:), también recuerdo la matanza lo bien que lo pasábamos mientras hacían los embutidos y demás, doloroso recuerdo el que tienes de las botas aunque hayan pasado años.
ResponderEliminarBesos.
Hola Rafaela, leyendo tu entrada creo estar oliendo el característico olor a mocilla que salía de casi todas la casas. Si que fue mala suerte que te cayera un tizón dentro de la bota.
ResponderEliminarBesos.
Hola Rafaela, qué recuerdos me han traido las botas... cuando me las ponía y saltaba con fuerza sobre los charcos de agua.
ResponderEliminarTe deseo que pases no solo en estas fiestas, sino siempre, unas fiestas llenas de fe, esperanza, felicidad y amor.
Desde el corazón, una lluvia dorada de abrazos.
Hola, yo también las tuve las mías eran azules pero me resultaban muy incómodas como tu bien dices y lo más grande es que también las tuvieron mi hijos ...¡Qué tiempos!
ResponderEliminarEspero que se curase del todo esa herida y no sea de las que de vez en cuando da la lata. Un fuerte abrazo.