Y así fue como dejé la escuela a los doce años para empezar a coser pantalones y americanas.
Había que caminar unos tres kilómetros bajando y dejando atrás los huertos hasta cruzar el arroyo donde había una gran encina. Luego subiendo una pequeña cuesta entre algunas carrascas y alcornoques se llegaba a la estación. Este recorrido lo hacía cuatro veces al día, o sea, mañana y tarde ida y vuelta.
Allí, en la vivienda de la estación que estaba rodeada de rosales. En el primer piso, era donde Emilio el hijo del jefe de estación cosía ropa de caballero para todos los de la zona.
No eran muchos los que podían permitirse un traje a medida, pero Emilio siempre tenía costura y muchachas jóvenes aprendiendo. Emilio no cobraba nada por enseñar, pero la ayuda que recibía también era gratuita.
Así era como se aprendían todos los oficios en los años 50.
Lo primero era sobrehilar y el picado de las solapas, después se aprendía a hilvanar uniendo las distintas piezas de la prenda, y coser a máquina. (El día que conseguí dominar la máquina me sentí feliz y mayor) Luego se abrían las costuras con una plancha pequeña de hierro que se calentaba junto a aquellos pucheros que olían a gloria bendita encima de aquella cocina de carbón. También había otra plancha más grande que tenía una especie de chimenea y se le ponía dentro carbón encendido.
Así poco a poco y poniendo interés se iba aprendiendo.
Lo más difícil era hacer los bolsillos y los ojales, pero al final todo se aprendía.
A veces se hacía un descanso en la tarea, para bajar a la llegada de algún tren. Era una manera de ver gente distinta. Los viajeros se asomaban a la ventanilla curiosos también de ver tanta muchacha con sus delantales puestos y saludando con la mano para decirles adiós. Cuando sonaba el silbato del jefe de estación, el tren reanudaba la marcha, y allí quedaban las jóvenes con la imaginación puesta en los distintos destinos donde llevaría aquel tren mientras ellas quedaban soñando. -Seguro que por lo menos llegaba hasta Córdoba. La capital de provincia, donde decían que había una universidad, donde se marchaban los muchachos a estudiar. y había una bonita feria que podías ir vestida de amazona montada a caballo- “Soñar es lo único que nunca ha costado nada”
Ya me hacía ilusión ser sastra, y no tardé mucho tiempo en hacer unos pantalones de pana para mi padre. Ese día él, se sintió más orgulloso de mí que si hubiera terminado la carrera de magisterio. Que era lo que me hubiera gustado a mi.
Pero como tantas veces la ilusión se desvaneció, cuando aún no había pasado un año y tuve que dejar aquella actividad para seguir cosiendo en casa. Ahora tocaba ayudar a mi madre para hacer el ajuar del nuevo hermano que estaba en camino.
Rafaela.
Las cosas de antes, las de cada uno, recuerdos que nunca se olvidan. Aprendiste a coser y a ser "una mujer de tu casa" algo que se decía entonces. Me ha gustado como lo has escrito es como un cuento. Un abrazo grande y cuidaros mucho.
ResponderEliminarEs una crónica perfecta de la vida en esos años 50, pero imagínate como eran las cosas en los años 40.
ResponderEliminarYo era un chico y aprendí a vivir a penas sin nada. Por cierto los pantalones de mi padre, me quedaban bien, después del arreglo de mi madre.
Besos.
Que historia tan bonita aunque es una pena queno llegaras a ser satra.Yo también fui con 16 años a una modista para aprender a coser que también duró algo más de un año pues trasladaron a mi padre a otra ciudad y tuvimos que ir toda la familia y trás tener que ser operada de la vista me puse a trabajar, cuando me recuperé, en un laboratorio químico en el que me sentía tan a gusto que dejé la costura prodesional aunque seguí con la casera en mis ratos libres que no eran muchos.Besicos
ResponderEliminar¡¡Hola Rafi!! Es muy triste que los niños de aquella época tuvieran que dejar la escuela tan pronto, algunos, incluso con una edad mucho más temprana. Afortunadamente, hoy en día las cosas han cambiado y todos tenemos más oportunidades y más posibilidades. Pero, todo, gracias precisamente a nuestra generación de mayores que son los que han ayudado para que todo mejore y han dejado muchos de sus sueños atrás para que sus hijos y nietos tengan una vida mejor. Besitos.
ResponderEliminarLa nostalgia de aquellos años no nos haría mucho bien; el recuerdo es lo que nos da el valor. Gracias, querida Rafi, por traernos esta vivencia tan bien relatada. Me quedo con ella para mi archivo. Un abrazo fuerte
ResponderEliminarRafaela, te felicito por lo bien que nos has relatado tu historia, tienes talento para las letras, seguro que hubieras sido una gran maestra. Peo también aprendiste a coser y ayudar a tu madre, amiga. Estoy segura que a lo largo de la vida has aplicado de maravilla tus lecciones de costura, aparte de esos abanicos de encaje, que nos enseñaste.
ResponderEliminarMi felicitación y mi abrazo por tus buenas letras.
Siempre me ha gustado la forma de contar sus vivencias, tan íntimas y queridas, de forma tan espontanea.
ResponderEliminarUn abrazo.
Que forma más bonita de contarlo, con que delicadeza y cariño hacia tus padres. Ser "mujer de su casa" es lo que tocaba en aquella época . Un abrazo.
ResponderEliminargracias por compartir momentos
ResponderEliminarBonita remembranza hecha relato con momentos de la vida.
ResponderEliminarUn abrazo.